Empieza la cuenta
regresiva para volver oficialmente al ajetreo de todos los días, el fin de las
vacaciones y el inicio de las clases…
Me preguntaba hace unos
minutos si ya descansé suficiente en esta pausa de verano, pero en realidad, mi
respuesta es que nunca será suficiente.
Si bien estas semanas de
levantarme un poco más tarde me ayudan a recuperar calidad de vida y que me sienta
mejor en mi rendimiento del día, lo cierto es que el solo hecho de pensar en
volver a las prisas y la rutina de mandar los críos a la escuela, el estrés de
los horarios, los lonches, las tareas, los encargos de la papelería, uniformes
y de más, ya me canso.
Aún así considero que
esto es parte de la vida, si no lo tuviera mi vida quizá estaría incompleta. Esta
es una etapa, como lo fue aquella de pañales y biberones, la que he dejado muy
atrás y que ya no me agobia pero a veces (muy pocas) añoro.
Pienso qué hare cuando
mis hijos sean mayores e independientes. Supongo que me sobrará el tiempo para hacer
pasteles y tantas otras cosas que me gustan. Lo único que espero es no volverme
como esas personas que detesto porque, a falta de asuntos interesantes en su
vida, no paran de meterse en las ajenas.
Gracias al cielo estoy
muy ocupada con mi familia, así que no tengo tiempo para andar jodiendo a los
demás.
Y a propósito de tiempo,
ya que traigo un poco de batería extra por las vacaciones, hoy me propondré
terminar un texto pendiente de la entrevista que entregaría como trabajo final
del Taller de periodismo cultural que tomé hace unas semanas. Está decidido.
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