Se me ha antojado poner un pino de Navidad este año en mi casa. Nunca lo he hecho. Desde que dejé de vivir con mis padres, hace más de 11 años, por una cosa u otra no me ha interesado, pero admito que me gusta cómo lucen.
A decir verdad, creo que la Navidad es una más de las celebraciones absurdas que tiene la gente, porque le gusta ser institucionalistas, como el día de las madres y todas esas madres. Insisto en vivir cada día como un gran acontecimiento y creo que eso es práctica cotidiana para mí. Es que yo intento ser feliz siempre, o por lo menos casi siempre, prefiero evitar las complicaciones y aquello que me implique sufrir. Me gusta vivir. Y me gusta vivir bien, contenta, satisfecha y tener la tranquilidad de ser leal a mis convicciones. Así, prefiero no asistir a algún compromiso cuando me resulta engorroso, o mandar al diablo a los imbéciles solo por eso, por imbéciles, en lugar de estarlos consecuentando. Me gusta estar alegre y amo la risa, agradezco todo lo que me hace reír, hay mucha gente que no es así Miles de personas viven amargadas, frustradas porque no persiguen su felicidad y como dijo mi paisano, el sabio maestro y poeta José Arrese: “sienten envidia de todo aquel que vuela por la región de la verdad”. (Pobres cuates).
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