Luz de todos los astros

Un paseo por el universo personal de quien observa la existencia desde un rincón del planeta.

sábado, 12 de enero de 2013

El juicio y el final


La responsabilidad más grande para cualquier persona es ser padre o madre. Lo sé porque lo soy y porque ya me di cuenta que ser juzgados por quien sea es muy duro, pero el juicio de los hijos o hijas es el más pesado de todos.
También como hija juzgué a mis padres y fuertemente. Nunca les hablé de mi sentimiento hacia las cosas que desaprobaba de ellos, pero alguna vez las escribí y mi madre leyó el texto. Por supuesto se enfureció y me reprendió severamente, porque yo aún era adolescente, aunque ya adulta una vez discutimos y salió a relucir algún reproche por lo que yo había creído que sufrí. Ese día ella me pidió perdón por no haber sabido ser madre conmigo. Nuestra relación nunca fue buena en realidad y eso para mí ya no es relevante, como haya sido, así fue y ahora es pasado.
En este tiempo lo que me pasa es la caída en peso de ese juicio de los hijos, porque entiendo que éste viene del dolor que se les causa en el proceso de aprendizaje que es la misma vida.
Francamente, no permito que las críticas de nadie me quiten el sueño, aunque me incomoden por instantes, pero cuando se trata de ellos en especial se siente muy triste, porque es claro que no se alcanzan las expectativas de ser la madre ideal, no el modelo idealizado de madre perfecta, sino el estándar al que apenas podemos aspirar: al de una mujer normal que da todo su esfuerzo. Esa es la expectativa mínima de los hijos y por ínfima que parezca, también es inalcanzable, simplemente porque todo esfuerzo es insuficiente. Esa es la naturaleza humana. Hagas lo que hagas como madre, siempre vas a dejar un hueco de insatisfacción propicio para que te recriminen, si no por una, por otra cosa. Me queda claro y no reniego de eso, de hecho creo que en cierto modo también es lo que yo me espero inevitablemente.
Lo que a mí me apena es no ser suficientemente fuerte para ser juzgada. Supongo que igual que yo, muchas mujeres nos derrumbamos al notar que podemos levantarnos con mucho sacrificio aún de madrugada para llevarlos a la escuela, todos los días andar contra reloj para atender sus necesidades, tratar de darles lo mejor, lo que les hace felices, defenderlos, protegerlos, cuidar su salud, lavar su ropa, limpiar la casa, hacer la comida, tener un empleo para traer dinero a casa, hacer a un lado proyectos propios o diversión para privilegiar lo suyo, todo eso y mucho más, porque somos fuertes o sacamos fuerza del amor que ellos o ellas nos inspiran, pero no somos capaces de soportar que ellos nos juzguen.
Principalmente creo que el peso del juicio de los hijos e hijas viene del hecho de que a los padres nunca los vemos como seres humanos normales, imperfectos, sino como seres especiales, como grandes ídolos que al decepcionarnos nos causan una pena tremenda. Al ser de ese modo, una madre o padre encuentra en el juicio de los hijos el dolor que nunca les ha querido causar, el sufrimiento contra el que siempre los ha protegido, así que entonces parece que todo falló.
Esto es muy complicado, pero así es y aunque en algún punto podamos convivir con esa realidad, mientras se asimila, no deja de ser frustrante.
Yo quisiera que mi hijo y mis hijas entendieran que la torpeza emocional, inherente a la especie humana, nos hace cometer errores con la gente que amamos; que yo he fallado en mucho, pero nunca he obrado de mala fe y menos en contra suya. Eso es lo único importante y lo mejor a lo que puedo aspirar.
Justo antes de terminar este post me entero que falleció el hijo de un colega periodista. La noticia me estremeció. No imagino el dolor que está sintiendo y yo, que me azotaba por lo que hacen mis hijos, que agraciadamente están vivos. Me he llevado una lección, pues eso, que me juzguen y cualquier cosa que hagan la podría soportar, excepto una pérdida así.


viernes, 11 de enero de 2013

Adicción al placebo


Cuidado con aquello que parece dulce y atractivo. Muchas veces en desesperación, por sentir tristeza o soledad, los seres humanos cometemos el error de buscar compañía, esperando hallar alivio. Lo malo no es buscarla, sino esperar que esa compañía acabe con los pesares que, en realidad nos pertenecen a nosotros, no a ellos y por lo tanto, podrán apapacharnos y hacernos sentir bien mientras eso pasa, pero si deja de pasar, la tristeza, la soledad o cualquiera otra que sea la causa de pena reaparece.
Es fácil la dulce adicción a los placebos. Cuando eso sucede, uno se jode porque ya no tiene un problema, sino dos. Ya no nada más está triste y solo, sino triste, solo y adicto.
El apego se ha visto en sicología, eso he conocido por publicaciones diversas, como materia de estudio por el efecto que causa en el desempeño o desenvolvimiento de los individuos en ese colectivo del que todos formamos parte, llamado sociedad.
Se ha comprobado que el apego puede ser igual hacia cosas como a personas, es decir, que el afectado puede engancharse con alguien, ya sea una pareja, una amistad o familiar, aunque también puede sucederle con cualquier artículo o actividad. Hay quienes hacen apego con objetos que le representan alguna conexión con algo que les dio felicidad o tocó su sensibilidad. Otros desarrollan fijación por las compras, el juego (la llamado ludopatía, principalmente relativa a las apuestas), comer, ver televisión, las redes sociales, los videojuegos e incluso por el ejercicio.
Llevar el agrado a la práctica sistemática no siempre resulta provechoso para quien lo hace, ya que puede volverlo dependiente. Es ahí donde interferiría con la participación del individuo en la colectividad.
En relación a la frase inicial de este texto, cuidado se debe tener para evitar que un momento de debilidad se prolongue o intensifique por eludirlo recurriendo al placer, pues esto haría que al acabar el placer, todo sea como antes y que así sucesivamente se busquen más escapes.
Es un gran ejercicio preguntarse a uno mismo cuál es el origen de su dolor.
Conocerse, observar el interior propio, en definitiva es lo único que puede, si no remediar, por lo menos llevar a otro estado en la conciencia acerca de eso que te causa conflicto. Yo diría que es conveniente pasar por un proceso.
Pimero.- Autoconfrontarse. No significa pelear con uno mismo, sino hablarse, preguntarse y responderse con honestidad, cosa difícil, porque el entorno nos impone la hipocresía y una continua negación de la imperfección humana.
Segundo.- Autoreconocimiento. Ser honesto con uno mismo conlleva a darse cuenta de que es imperfecto, a aceptarlo y quererse, con todos sus defectos y virtudes. No se es ángel ni demonio, solo se es el que se es.
Tercero. Responsabilizarse de la parte que le toca en aquello que haya hecho mal. El sufrimiento no es un factor externo, sino algo que hay dentro de tí, por lo tanto nadie tiene la culpa de lo que te hace sufrir, nadie más que tú decide cuándo para el sufrimiento. Para llegar a eso, de nuevo hay que tomar al toro por los cuernos, porque lo pasado te seguirá atormentando si quieres cargar con ello, aunque la mejor opción es partir de cero cada día.
Cuarto.- Darse licencia de ser humano, imperfecto, de cometer errores y no poder satisfacer las expectativas de otros. Ah porque como se quiere tanto quedar bien con esa gente que muy seguramente no hará nunca nada por nosotros.
Quinto. Perdonarse, comprometerse a hacer esfuerzos por no recaer y si se recae, volver a repetir el procedimiento.
Seguramente habrá mucho más que se pueda hacer, pero esto al menos es el principio de una ruptura del ciclo. Es una gran enseñanza que me ha dado la vida.