La
responsabilidad más grande para cualquier persona es ser padre o madre. Lo sé
porque lo soy y porque ya me di cuenta que ser juzgados por quien sea es muy
duro, pero el juicio de los hijos o hijas es el más pesado de todos.
También
como hija juzgué a mis padres y fuertemente. Nunca les hablé de mi sentimiento
hacia las cosas que desaprobaba de ellos, pero alguna vez las escribí y mi madre
leyó el texto. Por supuesto se enfureció y me reprendió severamente, porque yo
aún era adolescente, aunque ya adulta una vez discutimos y salió a relucir
algún reproche por lo que yo había creído que sufrí. Ese día ella me pidió
perdón por no haber sabido ser madre conmigo. Nuestra relación nunca fue buena
en realidad y eso para mí ya no es relevante, como haya sido, así fue y ahora es
pasado.
En este
tiempo lo que me pasa es la caída en peso de ese juicio de los hijos, porque
entiendo que éste viene del dolor que se les causa en el proceso de aprendizaje
que es la misma vida.
Francamente,
no permito que las críticas de nadie me quiten el sueño, aunque me incomoden
por instantes, pero cuando se trata de ellos en especial se siente muy triste,
porque es claro que no se alcanzan las expectativas de ser la madre ideal, no
el modelo idealizado de madre perfecta, sino el estándar al que apenas podemos
aspirar: al de una mujer normal que da todo su esfuerzo. Esa es la expectativa
mínima de los hijos y por ínfima que parezca, también es inalcanzable,
simplemente porque todo esfuerzo es insuficiente. Esa es la naturaleza humana.
Hagas lo que hagas como madre, siempre vas a dejar un hueco de insatisfacción
propicio para que te recriminen, si no por una, por otra cosa. Me queda claro y
no reniego de eso, de hecho creo que en cierto modo también es lo que yo me
espero inevitablemente.
Lo que a
mí me apena es no ser suficientemente fuerte para ser juzgada. Supongo que
igual que yo, muchas mujeres nos derrumbamos al notar que podemos levantarnos
con mucho sacrificio aún de madrugada para llevarlos a la escuela, todos los
días andar contra reloj para atender sus necesidades, tratar de darles lo
mejor, lo que les hace felices, defenderlos, protegerlos, cuidar su salud,
lavar su ropa, limpiar la casa, hacer la comida, tener un empleo para traer
dinero a casa, hacer a un lado proyectos propios o diversión para privilegiar
lo suyo, todo eso y mucho más, porque somos fuertes o sacamos fuerza del amor
que ellos o ellas nos inspiran, pero no somos capaces de soportar que ellos nos
juzguen.
Principalmente
creo que el peso del juicio de los hijos e hijas viene del hecho de que a los
padres nunca los vemos como seres humanos normales, imperfectos, sino como
seres especiales, como grandes ídolos que al decepcionarnos nos causan una pena
tremenda. Al ser de ese modo, una madre o padre encuentra en el juicio de los
hijos el dolor que nunca les ha querido causar, el sufrimiento contra el que siempre
los ha protegido, así que entonces parece que todo falló.
Esto es
muy complicado, pero así es y aunque en algún punto podamos convivir con esa
realidad, mientras se asimila, no deja de ser frustrante.
Yo
quisiera que mi hijo y mis hijas entendieran que la torpeza emocional, inherente
a la especie humana, nos hace cometer errores con la gente que amamos; que yo
he fallado en mucho, pero nunca he obrado de mala fe y menos en contra suya.
Eso es lo único importante y lo mejor a lo que puedo aspirar.
Justo
antes de terminar este post me entero que falleció el hijo de un colega
periodista. La noticia me estremeció. No imagino el dolor que está sintiendo y
yo, que me azotaba por lo que hacen mis hijos, que agraciadamente están vivos.
Me he llevado una lección, pues eso, que me juzguen y cualquier cosa que hagan
la podría soportar, excepto una pérdida así.
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