Este no ha sido un día como los otros.
Si fuera en orden cronológico (no muy diferente al de "importancia") debo decir que el primer suceso peculiar fue el hecho de que no operara el transporte público en la ciudad. Esta mañana había planeado tramitar el pasaporte de Juliet y el mío, pero al no poder trasladarnos tuve que abortar la misión.
Como nos quedamos en casa por la mañana y desde hace tiempo estuve ahorrando para reponer la computadora portátil que se me descompuso hace unos meses, consideré que era el día indicado para concretar una compra que estudié y repensé por varias semanas, hasta convencerme de que la marca, el tamaño y el precio de la elegida sería el más conveniente para mis necesidades.
Apenas me familiarizo con este nuevo teclado, mucho más pequeño de lo que ha sido los que anteriormente he usado para trabajar. Esta microtecnología da al traste a mi megalomanía... Me queda claro que ya es tiempo de renovarme o morir y honestamente creo que es una de esas cosas por hacer a las que se tiene más temor del necesario, así que espero pronto adaptarme y de hecho este mismo post es un ejercicio para ello.
Admito que es un problema lidiar con imágenes más pequeñas, pero sé también que otras de las cosas que debo apresurar es ir a graduarme lentes y ya si después de resolver cada cosa que me detiene no cumplo mis propósitos (que principalmente consisten en escribir, leer y perfeccionar lo que escribo -aunque no sea en ese orden-), entonces tendré que declararme incompetente.
Ahora mismo no tengo ninguna pretensión al redactar esto, solo soltar los dedos hasta memorizar dónde se halla cada tecla, así creo que podré ir escribiendo a la velocidad en que pienso, en vez de perder el tiempo corrigiendo involuntarios errores de dedo, que en este preciso instante me han costado más de lo habitual por párrafo.
Lamento terminar esta entrada con algo triste, pero fue otro de los acontecimientos que hicieron este 22 de mayo algo fuera de lo normal: murió una gatita que apenas hace ocho días llegó a la casa, casi recién nacida, estaba en puros huesos pero se veía fuerte y hermosa. Tenía el pelaje negro y grandes ojos. Empezábamos a encariñarnos con ella pero al parecer no logró criarse con la leche que le prepararon las gemelas, elaborada con leche de vaca, clara de huevo, crema y miel de abeja. Empezó con diarrea y no notamos que se estuviera deshidratando. En verdad fue sorpresiva su muerte porque estaba creciendo y engordando, maullaba muy vigorosamente y comía bien.
No tengo idea que haya fallado, ya habíamos criado otras camadas exitosamente e incluso gatos como Glass, que llegó enfermo o moribundo hace dos años, lograron desarrollarse.
Se siente frustrante, no lo puedo evitar. Cuando confirmé que estaba muerta, le dije a mis hijas: si fuera budista pensaría que era la reencarnación de algún pariente que vino a visitarnos un corto tiempo.
Luz de todos los astros
Un paseo por el universo personal de quien observa la existencia desde un rincón del planeta.
jueves, 22 de mayo de 2014
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