“Si es cuestión de confesar, nunca duermo antes de diez ni me baño los domingos”. Así dice Shakira en su canción “Inevitable”, no lo digo yo, pero a veces coinciden nuestras circunstancias.
Yo habitualmente me baño, pero los domingos se me juntan varias cosas y bueno, acabo dejando mi arreglo personal para cuando se pueda.
Es que con los niños en casa, tener que trabajar y además hacer los pendientes (o sea, las labores que se me quedan pendientes del sábado, que es mi día de “descanso”, porque como es evidente, un día no es suficiente para acabar de lavar ropa, limpiar la casa, ir al súper, cocinar, etcétera) tengo suerte si puedo cepillarme los dientes.
Como hoy. Resultó que me fui corriendo casi a las tres en punto, para alcanzar a entregar a tiempo mi budget (una especie de “corte” o inventario, presupuesto informativo, un pinche avance, pues!) antes que mi jefe inmediato empiece a desesperarse.
Entonces, salí muy oronda y me subí al carro, y ya en camino me di cuenta que no había pasado un peine por mi cabeza en todo el día, que traía las dos colitas de caballo que me hice desde la noche anterior, ya bastante alborotadas… (justo ahorita me acordé un piropo muy gracioso que me dijo un chico, hace tiempo, cuando le pregunté si le gustaban mis dos colitas y me contestó “me gustan tus tres colitas”).
Lo peor no fue eso.
Andaba en chanclas.
No, no era cualquier par de chanclas, de hecho ¡ni siquiera eran par! Una negra y otra dorada, pero coincidían en algo: ambas eran para el pie izquierdo.
Lamentablemente no tenía tiempo para regresar a la casa a cambiarme pues, mi impuntualidad turba el funcionamiento de los mecanismos productivos de mi trabajo y más turba la psique del subdirector editorial, así que me fui y al llegar al periódico, no se si fue buena o mala suerte, pero estaba cerrado.
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