Tuve un
buen día, pero una mala tarde.
Salí a
limpiar el tablero de mi camioneta, estaba oscuro, ya pasaba de las 8, y un
pelao mariguano que vive en el vecindario andaba rondando evidentemente borracho
y drogado. Se acercó, pretendiendo que hablaba por celular y de repente abrió
la puerta y me dijo “prima” con voz aguardientosa y tono “ando tan estúpido” nivel
“no sé ni cómo estoy de pie”.
En este
punto debo hacer un paréntesis para precisar el término “pelao” del párrafo
anterior, ya que así es como mejor me puedo expresar para referirme a ese
despreciable badulaque. Además hallé en internet un diccionario sobre el uso de
la lengua en América Latina que me da la razón, al decir que en México significa
“persona extraña”. Aquí el link http://www.asihablamos.com/word/palabra/Pelao.php
Los
otros términos yo los inventé y están bastante entendibles.
Retomando
la historia, lo que hice ante aquella irrupción en mi espacio personal,
atrevimiento y total falta de modales fue gritarle ¿qué te pasa? ¡Lárgate! Encerrarme
en el vehículo y poner seguro.
El muy
idiota se ha de haber asustado más por mi reacción, de lo que yo por su
impertinencia. A los pocos segundos sentí el impulso de salir a reclamarle y gritarle
varias palabras altisonantes. Me invadió un coraje, que me puedo haber llevado
hasta hacer uso de la violencia física. Se me ocurrió la idea de agarrar el
bastón de seguridad que pongo en el volante para darle una paliza o corretearlo
con el palote de hacer tortillas de harina, como buena norteña furibunda (lo
acepto, ríanse de la imagen, por hoy tienen licencia).
Mi hija
Angelle sacó una frase que le compro y la patento: “Te rajo, que te reviento”.
Ella tan dulce se inspiró en algo del videojuego de Pokemón, donde hay un mono cuyo
perfil dice que con sus garras raja a sus enemigos y la gráfica es ese pokemón
reventando el globo del equipo Rocket. Así cuando juega batallas con él, en
medio de la emoción espeta “te rajo, que te reviento”. También me hubiera
servido en mi quimera de venganza.
Esta
parece una más de la peripecias estilo “guión de película de Lindsay Lohan”,
tan bizarre que raya en lo hilarante, tan cotidianas en mi vida. No obstante,
me hizo reflexionar acerca de lo conveniente o inconveniente que es esta filosofía
pacifista que practico desde hace tiempo y que me ha llevado a contener pequeñas
dosis de furia asesina cada día, que el cielo guarde la hora en que se me
salgan todas de un junto (así “de un junto” es como dicen en Honudras, no viene
en el diccionario, pero lo escuché y me lo traje).
Como es
sabido no tengo religión, lo más cercano
a eso sería declararme “dudista”, porque en este punto ya empiezo a dudar si
ser tan buena será tan bueno.
Lo que sí me queda claro es que una no debe
dejar que nadie pase por encima de sus derechos y defenderlos, siempre en la
medida de lo posible evitando afectar a alguien más. Finalizo con una estrofa
de la canción “Falsas costumbres” de Alaska y Dinarama, que sintetiza la
conclusión a la que he llegado:
Por consiguiente me inclino a creer
que el instinto me ciega,
me empuja y me lleva.
No obstante retiro lo dicho
y afirmo que ya no suscribo
la tesis que un día yo expuse.
que el instinto me ciega,
me empuja y me lleva.
No obstante retiro lo dicho
y afirmo que ya no suscribo
la tesis que un día yo expuse.
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