Hay días en que prefiero reservarme el derecho de escribir, así que no me he ausentado por falta de ganas, tal ves sí de tiempor porque ha salido bastante trabajo, pero también está el hecho de que los sucesos adversos pueden volver nuestras mentes en igual de desafortunadas, si se manifiestan al calor del momento. Pero hoy, ya maduras las cerezas, contenta las pongo sobre el pastel ¿alguien gusta?
Y nada, pues eso, que hubo mucho trabajo estos días de política en la atormentada frontera, más dos o tres obsesiones que se me meten en el alma y solo estoy a unas horas de sacármelas. Será para bien.
Hoy es mi día de descanso y amanecí con el refrigerador esplendoroso de pestilencia, parece que se descompuso un abanico que manda el aire frío del congelador hacia abajo, así que los perecederos perecieron y yo tengo que esperar a que amanezca completamente para salir a buscar a un técnico que lo repare (porque apenas van a ser las nueve de la mañana y a esta hora no hallaré a nadie en su sano juicio).
Me di cuenta que el verano se nos ha escapado sin hacer lo típico, algo divertido. Hoy, después de lo extraordinariamente entretenido que con seguridad será la reparación de mi nevera, estoy dispuesta a secuestrarme junto con mis hijos, a ver qué hacemos donde no nos lesionen los rayos ultravioleta, pero podamos chapotear o darle a algo como eso. Ya inventaré algo.